viernes, 11 de abril de 2008

Morir por una idea


Georges Brassens - Mourir pour des idées

Iba tocando ya Brassens, no digan que no se lo imaginaban. Hoy traigo una un poco más seria, "Mourir pour des idées". En 1964 Brassens compuso "Les deux oncles", "Los dos tíos", en la que se dirigía a dos supuestos tíos suyos ya muertos, uno colaboracionista y partidario de Vichy y el otro combatiente antinazi ("uno amigo de los Teutones, otro amigo de los Tommis") y les hacía notar cómo, veinte años después de la guerra, todo el mundo pasaba ("tout le monde s'en fiche à l'unanimité") de las ideas que ambos habían defendido hasta la muerte, y pensaba, más o menos, que ni uno ni otro tenían razón, ni mucho menos razones para montar la que habían montado. "No hay idea en el mundo que merezca una muerte, dejemos ese papel para los que no tienen ninguna" (idea).

El bueno de Georges, con sus canciones llenas de palabrotas ("Je suis le pornographe du fonographe") en las que se burlaba de todo lo respetable, cantaba el amor de las putas y hacía que los gorilas sodomizasen a los jueces, solía despertar las iras de los burgueses bienpensantes, pero esta vez se las arregló para tocarle también las narices a la izquierda más ortodoxa, que habitualmente le defendía. Poner en duda la maldad absoluta del colaboracionismo y equipararlo con la heroica Resistencia en una común estupidez inútil era prácticamente una blasfemia, y no precisamente de las que hacen rabiar a los curas, pero reir al resto. De modo que las reacciones airadas le llovieron de todos los lados a la vez. Posiblemente no sin motivo, porque realmente la de que que a fin de cuentas lo mismo da colaborar con el nazi invasor que combatirlo no es una afirmación muy defendible, y en la Francia de posguerra menos aún. Pero Brassens era así, se le tomaba o se le dejaba pero no era fácil de manipular. (Cosa que no deberían haber olvidado algunos de sus traductores españoles, que trataron de convertirlo poco menos que en una bandera antifranquista y fueron en cambio incapaces de traducir su inimitable poesía, su ternura y su humor. Paco Ibáñez me perdone.)

Su respuesta al clamor general fué esta canción, en la que confiesa haberse rendido a la opinión de la "multitude accablante" que se le echó encima "aullándole a la muerte", con solo una pequeña reserva: "Muramos por las ideas, de acuerdo, pero de muerte lenta."

La letra en francés no tiene desperdicio. Mi humilde traducción ha intentado conservar alguno de los mejores giros, o de sustituirlos por lo más equivalente de que he sido capaz, pero sin mucho éxito. No obstante lo cual me lo paso tan bien montando trabajosamente estas importaciones del magnífico francés de G.B. que luego no puedo resistir la tentación de colgarlas aquí, como los niños cuando acaban el dibujo y se lo van enseñando a todo el mundo.


MORIR POR UNA IDEA

¡Morir por una idea! La idea es excelente.
Yo, por no profesarla, casi me morí,
pues toda la ralea de sus fieles creyentes
proclamando su fe se arrojó sobre mí.
No pude mantener mi actitud insumisa:
abjuré de mi error, agaché la cerviz
y acaté su opinión, pero con un matiz:
Morir por una idea, bien, pero sin prisa,
muy bien, pero sin prisa.


Pienso yo que no hay que morirse enseguida,
sino pensarlo bien, con calma, sin estrés.
Porque si no, ¡caray!, igual damos la vida
por una idea que no dura ni un mal mes.
Y es muy desagradable, no es asunto de risa
rendir el alma a Dios y, entonces, comprobar
que la idea elegida no era de fiar.
Morir por una idea, bien, pero sin prisa,
muy bien, pero sin prisa.


Los que con más pasión llaman al sacrificio
a la hora de cumplir se suelen demorar.
La muerte es su pregón, reclamarla es su oficio,
si ellos murieran ¿quién nos la iba a predicar?.
Así que, con frecuencia, esta gente le pisa
al buen Matusalén el récord de la edad.
Probablemente opinan, en la intimidad:
Morir por una idea, bien, pero sin prisa,
muy bien, pero sin prisa.


Habiendo tanta idea que reclama su cuota
y exigiendo el martirio todas por igual,
muy pronto se plantea la cuestión para nota:
Morir por una idea, bien, pero ¿por cuál?
Y como, más o menos, son todas de igual guisa,
el sabio, al contemplar su feroz multitud,
concluye, mientras guarda de nuevo el ataúd:
Morir por una idea, bien, pero sin prisa,
muy bien, pero sin prisa.


Y aún si bastara con unas pocas matanzas
para dejar, por fin, todas las cosas bien...
Si como colofón de la macabra danza,
viniera de una vez por todas el Edén...
Pero la Edad de Oro está en llegar remisa,
el cupo no se llega nunca a completar
y la Muerte es el cuento de nunca acabar.
Morir por una idea, bien, pero sin prisa,
muy bien, pero sin prisa.

Tú, el apóstol que vas de novio de la muerte:
tu ejemplo nos dará el sermón más eficaz.
Si tan seguro estás, muérete, y ¡buena suerte!;
pero deja vivir a los demás en paz.
Por desgracia, la Parca es sabia, y no precisa
de colaboración en su triste labor.
Se arregla muy bien sola, así que, por favor:
Morir por una idea, bien, pero sin prisa,
muy bien, pero sin prisa.
MOURIR POUR DES IDÉES

Mourir pour des idées, l'idée est excellente
Moi j'ai failli mourir de ne l'avoir pas eu
Car tous ceux qui l'avaient, multitude accablante
En hurlant à la mort me sont tombés dessus
Ils ont su me convaincre et ma muse insolente
Abjurant ses erreurs, se rallie à leur foi
Avec un soupçon de réserve toutefois
Mourrons pour des idées, d'accord, mais de mort lente,
D'accord, mais de mort lente


Jugeant qu'il n'y a pas péril en la demeure
Allons vers l'autre monde en flânant en chemin
Car, à forcer l'allure, il arrive qu'on meure
Pour des idées n'ayant plus cours le lendemain
Or, s'il est une chose amère, désolante
En rendant l'âme à Dieu c'est bien de constater
Qu'on a fait fausse route, qu'on s'est trompé d'idée
Mourrons pour des idées, d'accord, mais de mort lente
D'accord, mais de mort lente


Les saint jean bouche d'or qui prêchent le martyre
Le plus souvent, d'ailleurs, s'attardent ici-bas
Mourir pour des idées, c'est le cas de le dire
C'est leur raison de vivre, ils ne s'en privent pas
Dans presque tous les camps on en voit qui supplantent
Bientôt Mathusalem dans la longévité
J'en conclus qu'ils doivent se dire, en aparté
Mourrons pour des idées, d'accord, mais de mort lente
D'accord, mais de mort lente"


Des idées réclamant le fameux sacrifice
Les sectes de tout poil en offrent des séquelles
Et la question se pose aux victimes novices
Mourir pour des idées, c'est bien beau, mais lesquelles ?
Et comme toutes sont entre elles ressemblantes
Quand il les voit venir, avec leur gros drapeau
Le sage, en hésitant, tourne autour du tombeau
Mourrons pour des idées, d'accord, mais de mort lente
D'accord, mais de mort lente


Encor s'il suffisait de quelques hécatombes
Pour qu'enfin tout changeât, qu'enfin tout s'arrangeât
Depuis tant de "grands soirs" que tant de têtes tombent
Au paradis sur terre on y serait déjà
Mais l'âge d'or sans cesse est remis aux calendes
Les dieux ont toujours soif, n'en ont jamais assez
Et c'est la mort, la mort toujours recommencée
Mourrons pour des idées, d'accord, mais de mort lente
D'accord, mais de mort lente

O vous, les boutefeux, ô vous les bons apôtres
Mourez donc les premiers, nous vous cédons le pas
Mais de grâce, morbleu! laissez vivre les autres!
La vie est à peu près leur seul luxe ici bas
Car, enfin, la Camarde est assez vigilante
Elle n'a pas besoin qu'on lui tienne la faux
Plus de danse macabre autour des échafauds!
Mourrons pour des idées, d'accord, mais de mort lente
D'accord, mais de mort lente

jueves, 3 de abril de 2008

Juro decir toda la verdad




Chicho Sánchez Ferlosio - Hoy no me levanto yo

Mal día hoy para ir a los tribunales. Un vistazo al periódico de esta mañana me hace saber que sigue la huelga de funcionarios de Justicia, desde hace dos meses; que el Tribunal Supremo ha tenido que absolver a un asesino porque la Audiencia Nacional decidió que bien podía condenarlo sin escuchar a la principal testigo, que esa mañana no estaba fácil de localizar; que hay una juez que está siendo juzgada por haber dejado más de un año en la cárcel a un inocente, se le pasó a la mujer tramitar debidamente la absolución, qué quiere usted, no se puede estar en todo; y todo eso mientras estamos tratando aún de asimilar la noticia de que, si el Juzgado se hubiera ocupado con mediana eficacia de hacer cumplir la condena que le había impuesto, el asesino de Mari Luz habría estado en la cárcel y no matando niños por ahí. Mal día, digo, para ir a los tribunales, si es que hay alguno que no lo sea. Pero estoy citado a las doce, y allá voy, con mi mejor disposición cívica. Si el Juez me mira feo, me propongo, pondré cara de no haber leído un periódico en mi vida.
La última vez que estuve en los Juzgados de Pueblo Gordo, hace algo más de dos años, estaban en los bajos de un bloque de pisos baratos, un local sórdido, desangelado e incómodo. Testigos, abogados, imputados y litigantes soportaban, de pie y cambiando observaciones anodinas, o rumiando en silencio pensamientos ominosos, la espera interminable, inexplicable e inexplicada, en una sala angosta de paredes desconchadas, cubiertas de edictos, avisos sindicales y anuncios de remotas campañas institucionales, mientras un par de guardias de seguridad los observaban con recelo distante. Muy de vez en cuando un funcionario hosco y apresurado asomaba por la misteriosa puerta del fondo y voceaba el nombre de la siguiente víctima. Bastaba pasar allí diez minutos para sentirse vagamente culpable, contagiado del clima general de irremediable desaliento. Pero los han trasladado a un edificio nuevo en las afueras y han mejorado notablemente.
Hoy no hay prácticamente nadie en el pasillo soleado de grandes ventanales que hace de sala de espera y al que se abren, en largos mostradores, las oficinas de los tres juzgados. Todo está limpio, nuevo y forrado de madera clara, y una funcionaria amable –que quizás sea la misma sicaria feroz con la que forcejeé telefónicamente hace un par de meses, pero hoy en uno de sus días buenos– nos atiende con gran eficacia y nos asegura que enseguida nos tomará la Jueza declaración. (Me sigue sobresaltando ese femenino forzado, esa A adosada con brutales paletadas de cemento sobre la pulcra fachada de la Z, y lo que más me atribula es comprender que acabaré por acostumbrarme y por usarlo yo también, porque el espantoso invento no parece tener marcha atrás.) Y, efectivamente, a los cinco minutos de nuestra llegada invitan amablemente a mi jefa a que pase a uno de los despachos que hay entre mostrador y mostrador.
Paseo de un extremo a otro el largo pasillo, y voy escuchando en cada sala la charla de los funcionarios, o más bien de las funcionarias: prácticamente todas son mujeres. Teclean en sus ordenadores mientras se cuentan animadamente de mesa a mesa sus dietas de adelgazamiento y sus planes de fin de semana. Una chica joven se acerca al mostrador. Quiere saber qué ha pasado con una denuncia que puso en Julio. “Llevo ya no sé cuantas puestas y es como si no pusiera nada...” –dice, entre agresiva y suplicante. La funcionaria le pide fechas y números de expediente en el inconfundible tono del que espera poder contestar: “Es que si usted no me da más datos yo no le puedo decir...”, pero la chica ha venido bien pertrechada y empieza a sacar papeles. “Pues no sé, se estará tramitando. Espere usted, voy a ver...” Vuelve a su mesa la funcionaria y remueve carpetas un largo rato, mientras en el mostrador la chica desgrana una letanía que ni ella misma debe saber bien a quién dirige: “Otra vez, por lo de siempre, impago de la pensión por alimentos... Nunca la paga y no le pasa nada, nadie hace nada... Un desgraciado, un maleante, que me ha hecho de todo y ahí anda, en la calle, y encima me amenaza... pero el hijo es tan suyo como mío y tiene que comer...” Me da vergüenza de repente estar escuchando intimidades y me alejo pasillo adelante, pero no puedo dejar de oir. Otra funcionaria ha intervenido desde su mesa, alzando la voz como quien da la cuestión por concluida: “Señora, es que si está en la calle, como usted dice, ya me dirá cómo va a pagarle a usted nada...” La chica intenta explicar que no es que esté en la calle de estar en la calle, que lo que ella quiere decir... pero la interrumpe la primera funcionaria, que viene con una carpeta: “Mire, sí, lo que yo le decía, se está tramitando. Pero es que por lo penal no va usted a conseguir nada. Pida usted un abogado, porque lo que tiene que hacer...” “Si no me lo dan –dice la chica, con un cabreo sordo, universal y crónico que se ve que trata de controlar para no dirigirlo contra nadie en concreto– un abogado no me lo dan porque se supone que tengo medios... para meterme en abogados estoy yo, yo lo que tengo es un niño de doce años que tiene que comer...” pero se cansa a la mitad y escucha las largas explicaciones de la funcionaria, que le habla de abogados y del procedimiento civil. “¿Y cuándo puedo hablar con la Jueza o con la Secretaria?” Hoy no puede ser, tienen declaraciones. Mañana a primera hora, a las nueve o las diez... Se acaba despidiendo y se va dando las gracias, como si quisiera hacerse perdonar el tono reivindicativo con que entró. Las funcionarias comentan animadamente el caso. “Cuando se pase el síndrome de Mari Luz...” oigo que dice la lista, la concluyente que más grita. Deseo que fuera ella mi contrincante del teléfono.
Mi jefa lleva casi una hora declarando. Sale por fin y me guiña un ojo mientras me invitan a pasar a mí. Es una sala grande, tan pulcra y luminosa como todo en este edificio, con una gran mesa ovalada en el centro. En un extremo de la mesa está sentada la que supongo la Juez, una chica joven, de cara tensa y concienzuda, que me invita amablemente a sentarme yo también. Tras ella, en una mesita auxiliar con un ordenador, hay otra mujer, ¿secretaria? ¿administrativa? Así sentados los dos alrededor de la gran mesa parecemos una visita de poca confianza o una reunión de trabajo, más que un juzgado. La Juez me parece algo ansiosa al preguntarme si juro o prometo decir la verdad. Juro decir toda la verdad. Me dice que el falso testimonio, o quizá el perjurio, no recuerdo, es un delito penado con no sé cuántos años de cárcel, y a mí me suena como un comentario casual con el que tratara de romper el hielo y de dar con un buen tema de conversación. Asiento amistosamente. Me gustaría mucho que esta chica, que parece buena gente, se relajara un poco.
–¿Sabe usted de qué se trata? –me pregunta. Hombre, precisamente de eso quería yo hablar.
–Pues mire, no debería saberlo. La citación no decía nada, y cuando llamé a este Juzgado para que me informaran tampoco quisieron hacerlo. De modo que no volví a pensar en ello hasta hace unos días, cuando le dije a mi jefa que hoy tenía que venir aquí. Fue ella la que me explicó que debía de ser por el asunto de aquel ordenador de la Subdirectora que apareció forzado y con el disco duro roto, y que también ella estaba citada. De modo que sí, más o menos sé de qué se trata.
–“Su jefa” ¿es la señora Directora que acaba de salir? –Asiento y me mira con severidad: –Espero que eso no le impida decir la verdad –No sé a qué se refiere, ni por qué parece tan alarmada. Por un momento me asalta la absurda idea de que haya leído el post que dediqué a mi citación como testigo. Acaba de despertarme la mala conciencia, debe de ser el primer truco que les enseñan en la Escuela de Jueces.
–No, naturalmente… siempre que la recuerde…
Entonces nos enfrascamos en una larga serie de preguntas a las que voy contestestando lo más sinceramente que puedo. ¿Cuándo supe yo que la Directora había destituído a la Subdirectora? ¿Sabía yo que habían regañado? ¿Sabía por qué? ¿Me contó la Subdirectora por qué había decidido pasarse a la competencia? ¿Cuándo supe que su ordenador no funcionaba? ¿Estaba yo delante cuando se lo comunicó a la Directora? ¿Estaba yo delante cuando hizo el acta de arqueo?.. La Juez parece sincera y personalmente interesada en averiguar detalles que no sé a cuento de qué vienen, y a mí me hace sentir algo incómodo, todo el interrogatorio tiene un cierto aire de cotilleo de patio de vecindad. “Naturalmente que me contaron, Señoría. Las dos. Mucho más de lo que yo hubiera querido oir. Yo era compañero y amigo de ambas y sigo siéndolo de una de ellas, y tengo todas las versiones verosímiles y hasta algunas inverosímiles, de lo que pasó, de lo que no pasó y de lo que vaya usted a saber si pasó o no. Pero no querrá que yo le cuente a usted, por muy juez que sea, confidencias que he recibido en privado de quienes confiaban en mi discreción, y de las que la mitad me parecen conjeturas y suposiciones sin ninguna prueba…” Eso me gustaría decirle y dar la cuestión por amistosamente concluida, pero no es posible, claro. Me limito a decir que no recuerdo, que no me contaron, que sabía lo que todo el mundo en la oficina… Es posible que estuviera delante, visitaba su despacho con frecuencia, pero no recuerdo esa ocasión concreta… ¿A qué se refiere exactamente cuando me habla del acta de arqueo?... Acabo por tener la incómoda sensación de estar mintiendo, porque la Juez insiste, vuelve de otro modo sobre lo dicho y parece que tratara de pillarme en un renuncio. He jurado mal. Debería haber jurado, solo, no decir ninguna mentira. ¿Cómo va nadie a decir toda la verdad? Hasta ahí podíamos llegar, qué disparate… Hasta un juez puede comprender que eso no es ni posible, ni deseable, ni de buena educación.
La Juez está especialmente interesada en saber quién tenía que hacer lo que llama “el acta de arqueo”. No sé de dónde ha sacado esta expresión que, consigo averiguar, no tiene nada que ver con lo que en realidad desea saber. Me despierta la vena didáctica y le explico detalladamente qué es un anticipo de caja, la obligación que tiene su titular de justificar el empleo y situación de los fondos en cualquier momento en que se le pida y mi propia función como controlador de cada céntimo que se mueve en la oficina. No soy mal profesor, creo, y disfruto explicando. Pero me esfuerzo en vano. Pertenece a esa numerosa especie de juristas deliberada y previamente bloqueados frente a cualquier cuestión que sospechen mínimamente relacionada con “las cuentas”. He tenido alumnos particulares de matemáticas mucho menos torpes. Al fin finge haberlo entendido, pero continúa preguntándome cosas como “¿Pero entonces la titular del arqueo, o del anticipo, era usted o ella?” “Pero quíen tenía que hacer el anticipo, o el arqueo: ¿ella o usted?” Tras su ordenador, la escribana me mira y enarca las cejas. Luego, al leer mi declaración, comprobaré que ella sí ha entendido mis explicaciones y las ha reflejado con notable claridad, haciendo caso omiso de las confusas instrucciones que de vez en cuando la Juez se vuelve a darle.
Pasamos más de media hora en esta interesante conversación y al fin mi anfitriona decide darla por terminada. Leo y firmo mi declaración, inesperadamente bien resumida y redactada. Me da la mano para despedirse y la adivino planeando nuevas comparecencias: el informático de la oficina, otra vez la Subdirectora… la veo firmemente determinada a llegar hasta el final, a acabar averiguando por qué riñeron hace un año dos amigas que dirigían juntas una oficinita rural y quién, exactamente, forzó uno de sus ordenadores e inutilizó su disco duro. Aunque el empeño le lleve otro año y otras tres o cuatro mañanas de declaraciones.
En el bar donde entro a reponerme de la prueba me encuentro a la chica que preguntaba por su denuncia. Mira al infinito dando sorbos a una cerveza. Ya ha perdido la mañana de hoy y tendrá que perder también la de mañana si quiere, por fin, hablar con la Jueza y tratar de enterarse de qué puede hacer para que sus denuncias sirvan de algo y alguien obligue al maleante de su exmarido a pagar la pensión que ella necesita para dar de comer a su hijo.