J. S. Bach - Suite para violoncello solo nº 1 en Sol Mayor BWV 1007 - Menuetto I y II - Anner Bylsma, cello
En este Adviento, tiempo de espera de la inminente Navidad, cedo el blog y la palabra a mi amigo Diego y reproduzco un texto que escribió como editorial de la revista Vida Nueva en el que, personalmente, he encontrado expresado, como yo no soy capaz de hacerlo, lo que creo que es el modo cristiano de entender y vivir la Navidad, el que quisiera que fuera el mío. Feliz Navidad a todos.
ADVIENTO PARA UNA CRISIS
Diego Tolsada S. M.
Cuando llegan estos días de Adviento ¿hacia dónde dirigimos nuestra mirada? Tradicionalmente a Belén y a los acontecimientos que Lucas y Mateo nos cuentan. Y ¿por qué a Belén? Tal vez por un momento de enternecimiento del corazón, por un avivamiento de la tenaz ternura que no nos abandona definitivamente por más que se mantenga debilitada y silenciosa el resto del año. Ternura acompañada en bastantes ocasiones de nostalgias de la infancia, cuando creíamos que era posible la bondad.
Esa ternura y esa nostalgia, junto a la familia, la vuelta "a casa por Navidad", los regalos, la mesa más abundante y más compartida... son, en el mejor de los casos, los grandes valores vividos por la mayoría de nosotros. Eso, si no lo son el consumo desenfrenado, el simple ocio y las vacaciones para alejarnos de la realidad, o el comer, beber y divertirse sin límites.
Los cristianos seríamos otra cosa. Dicen que en Adviento nos preparamos para hacer memoria de los inicios de la presencia liberadora de Jesús. Pero la historia se ha ido encargando de quitarle aristas a lo que comenzó siendo una historia de rechazo, pobreza y marginalidad, y por ello de subversión en la manera de entender cómo es el esperado Salvator mundi. Allí hubo un niño y no un emperador; allí había una pareja en estado irregular y de clase humilde, y no una familia "de las de toda la vida y como Dios manda"; allí hubo exterioridad y exclusión "fuera de las murallas", porque "no había sitio para ellos" en la ciudad, ni los medios necesarios para acoger con la seguridad e higiene adecuadas a un nuevo ser humano; allí hubo la impureza legal de un establo, y no la pureza ritual del Templo; allí hubo excluidos del culto por impuros, los pastores, que fueron los primeros en reconocer a Dios presente en todo esto, y no los "pastorcitos de Belén" con"requesón, manteca y vino"; allí hubo unos sabios extranjeros, y no los maestros de la Ley, que se habían quedado en la Corte asesorando a su señor; allí hubo mucha pobreza y debilidad, mucha violencia y mucha cruz (los inocentes), y la amenaza del poder político establecido, que desde el principio -siempre tan inteligente- se sintió amenazado y actuó como suele cuando así se siente: violentamente, matando al débil; allí hubo, finalmente y por todo lo anterior, una familia que tuvo que emigrar buscando un mínimo de seguridad.
En pocas palabras: Adviento es hacer la memoria subversiva de un resumen de lo que luego sería la vida adulta de Jesús. ¿Qué Adviento celebramos cuando encendemos las velas de la corona y decimos que nos preparamos a la Navidad? ¿No corremos el riesgo, si es que no hemos caído ya en él, de edulcorar todo sin hacerlo desaparecer (¡faltaría más!), pero quitándole todo mordiente, lo más profundo de esa radical subversión de valores que es el Evangelio, para poder continuar considerándonos felices, tranquilos, seguros y ¡cómo no!, cristianos ante todo?
Pero si ya sería mucho renovar nuestra vivencia del Adviento para recuperar la memoria subversiva de Navidad, hay un segundo aspecto aún más importante. Adviento quiere también que miremos hacia el futuro, a un futuro que encierra una promesa, la utopía de que los seres humanos podemos vivir ya como si Dios mismo, en persona, fuera el rey esperado y llegado. A eso Jesús lo llamó el Reinado de Dios. Adviento no es tanto una mirada a Belén, a la primera venida de Jesús, cuanto dirigir nuestros ojos y oídos, "todo nuestro ser y todo nuestro corazón", a la promesa de su segunda llegada. Es el tiempo oportuno, el kairós, para soñar despiertos y avivar la esperanza de que los talentos pueden fructificar mientras el Señor llega. Es el momento de creer en la práctica, el tiempo de la "ortopraxis", del comportamiento evangélicamente adecuado. Es el momento de avanzar por los caminos de la paz, la igualdad y la justicia, de ir allanando en nuestra historia concreta los caminos para la llegada del Señor y para tantos otros hermanos, que van a sufrir -están sufriendo ya- la crueldad inaudita y feroz generada por un sistema económico también cruel y feroz, de modo que la situación les resulte, al menos, algo más llevadera y menos dolorosa.
Adviento este año nos llama muy especialmente a la memoria subversiva de Belén, pero para mirar al futuro, de manera que cada cristiano, cada comunidad y la Iglesia entera salgamos de nuestra auto-referencialidad casi autista y seamos capaces no solo de abrir las puertas de nuestras "posadas" si llama el Señor, sino de mantenerlas permanentemente abiertas para que todo el que lo necesite, sin pedir permiso y sin condiciones previas de ningún tipo, pueda pasar a la sala común, acogedora y cálida, para sentarse a la mesa abundante y compartida del Reino. Incluso, tal vez tengamos que salir a los caminos para invitarlos. Iglesia de Jesús, ¡buen Adviento!