martes, 24 de noviembre de 2009

Al amor del marido

Sé poco de la vida privada de Georges Brassens. En parte porque soy poco fetichista, de los literatos me interesa la literatura, de los músicos la música y de Brassens, las canciones, esa magnífica mezcla de ambas cosas; sus anécdotas, sus cotilleos y sus características personales, en cambio, me interesan muy poco, solo en la medida, que creo escasa, en que me sirvan para entender mejor las canciones y disfrutarlas más. Y en parte porque Brassens fue siempre un hombre discreto que eludió la notoriedad y mantuvo siempre su intimidad fuera de la luz pública.


Georges Brassens - Les trompettes de la renommée

Hay una estupenda canción, Les trompettes de la renommée, Las trompetas de la fama, en la que hace declaración explícita de principios a este respecto y dice que se niega a dar tres cuartos al pregonero ("les crier sur les toit et sur l'air des lampions") acerca de las cuestiones que considera de su intimidad, a pesar de los consejos de los enterados: "Les gens de bon conseil ont su me faire comprendre qu'à l'homme de la rue j'avais des comptes à rendre, et que, sous peine de choir dans un oubli complet, je devais mettre au grand jour tous mes petits secrets". ("Gentes de buen consejo me han hecho comprender que tengo que rendir cuentas al hombre de la calle y que, so pena de caer en un completo olvido, debo sacar a la luz mis pequeños secretos"). (¡Y esto lo decía en 1962, cuando las revistas del corazón empezaban a asomarse apenas a los escándalos de los famosos con lo que hoy juzgaríamos una delicadeza exquisita y no se habían inventado aún los programas televisivos de carnaza!) Pero él lo tenía muy claro: "À toute exhibition ma nature est rétive, souffrant d'une modestie quasiment maladive, je ne fais voir mes organes procréateurs à personne, excepté mes femmes et mes docteurs". ("Mi naturaleza es contraria a toda exhibición y, como sufro de una modestia casi enfermiza no dejo ver mis órganos procreadores a nadie, excepto a mis mujeres y a mis médicos"). De modo que la conclusión es tajante: "Refusant d'acquitter la rançon de la gloire, sur mon brin de laurier je m'endors comme un loir". ("Negándome a pagar el precio de la gloria, me duermo como un lirón sobre mi ramo de laurel").


Georges Brassens - À l'ombre des maris

Todo esto viene a cuento de la canción que hoy traigo, Á l'ombre des maris, literalmente A la sombra de los maridos, aunque yo la he traducido, con lo que inmodestamente considero un buen hallazgo, por la anfibológica expresión Al amor del marido, que a la vez alude al afecto que, en sus adulterios, dice haber desarrollado por los maridos de las interesadas, y a la cómoda situación en que se siente "a su amor", es decir, cerca de ellos y disfrutando de su compañía, igual que se está "al amor" de la lumbre. Porque esa es la tesis de la canción, que el amor adúltero es el mejor precisamente por el encanto que le presta el desarrollarse al amor del marido.

No sé, como digo, cuáles ni cuántos fueron los adulterios de Brassens en la práctica, ni si, efectivamente, desarrolló en ellos la estupenda relación con los correspondientes maridos que describe en la canción (...son mari et moi, c'est Oreste et Pylades), pero la teoría me parece francamente cachonda, una manera sumamente conyugal y doméstica de entender lo que en principio parece un ataque frontal contra las virtudes domésticas y conyugales, que queda perfectamente resumida en el estribillo: Ne jettez pas la pierre à la femme adultère, je suis derrière..! ¡No tiréis piedras a la mujer adúltera, que estoy yo detrás..!

(Hoy estoy poco modesto, así que permítanme otra observación sobre las virtudes de mi traducción: la estrofa original francesa es un serventesio alejandrino, es decir, cuatro versos de catorce sílabas que riman en consonante ABAB. Yo he introducido en los versos primero y tercero una nueva rima interior al final del primer hemistiquio o, lo que es lo mismo, los he dividido en dos versos de siete sílabas, por lo que en mi versión española cada estrofa tiene cuatro versos de siete sílabas y dos de catorce, que riman ABCABC. Así soy de chulo...)

En fin, el resultado es este, júzguenlo ustedes mismos:

AL AMOR DEL MARIDO

No se sorprenda usté
si afirmo claramente
que, si fuera bombero, me iría a salvar,
en cualquier caso de
catástrofe inminente,
las esposas infieles en primer lugar.

No tire piedras, no,
a la mujer que pecó,
detrás estoy yo...
Porque para calmar
mis ardientes afanes
de pobre solitario sediento de amor,
nada puedo encontrar
mejor que los desmanes
que una adúltera esposa comete en mi honor.

Usted actúe, pues,
como mejor entienda;
pero yo, por mi parte, puedo asegurar
que el adulterio es
una cosa estupenda,
y un marido en mi amor nunca debe faltar.

Pero ¡mucha atención,
pues no cualquiera vale!
Es preciso elegir, escoger, mirar bien.
Si busco amores con
la señora González,
miro a ver si González me gusta también.

Lo mejor es que el tal
me caiga bien de entrada.
Cuando así no sucede, no hay nada que hacer.
Yo soy muy especial
y no me gusta nada
con cualquier infeliz compartir la mujer.

Cuando no era más que un
jovenzuelo inexperto,
con mujeres de polis derroché mi amor.
Yo no tenía aún
el buen gusto despierto,
hace tiempo que ya no cometo ese error.

Quizá me paso de
exigente, pero estimo
que el marido ha de ser un sujeto cabal,
pues al final sé que
siempre con él intimo
de tanto compartir el lecho conyugal.

Un buen marido da
mucho encanto a la cosa.
Hay marido tan bueno, tan tierno, tan fiel,
que incluso cuando ya
no se quiere a su esposa
hay que fingir que sí, por quedar bien con él.

Ese es mi caso actual.
Solo apenas consigo
cumplir mi obligación con su horrible mujer,
pero estaría mal
desairar a un amigo,
y, por no disgustarle, no puedo romper.

Encima de que no
me gusta, ella me engaña,
y cuando yo, furioso, me enfrento a los dos
"¡Ya basta! ¡Se acabó!"
-vocifero con saña.
Y él me suplica: "¡No, no nos deje, por Dios!"

Al ratito después
de nuevo estamos tiernos.
Yo le digo: "Es usted mi cornudo mejor."
Y él responde, cortés:
"Entre todos mis cuernos,
los que me ha puesto usted son mi timbre de honor."

Así que sigo allá,
y cuando la muy fresca
se retrasa por culpa de algún nuevo amor,
y la chacha no está,
y él se ha marchao de pesca,
el que cuida a los niños es un servidor.
À L'OMBRE DES MARIS

Les dragons de vertu
n'en prennent pas ombrage,
si j'avais eu l'honneur de commander à bord,
à bord du Titanic
quand il a fait naufrage,
j'aurais crié: "Les femmes adultères d'abord!"

Ne jetez pas la pierre
à la femme adultère,
je suis derrière...
Car, pour combler les voeux,
calmer la fièvre ardente
du pauvre solitaire et qui n'est pas de bois,
nulle n'est comparable
à l'épouse inconstante.
Femmes de chefs de gare, c'est vous la fleur d'époi.

Quant à vous, messeigneurs,
aimez à votre guise,
en ce qui me concerne, ayant un jour compris
qu'une femme adultère
est plus qu'une autre exquise,
je cherche mon bonheur à l'ombre des maris.

À l'ombre des maris,
mais cela va sans dire,
pas n'importe lesquels, je les trie, les choisis.
Si madame Dupont,
d'aventure, m'attire,
il faut que, par surcroît, Dupont me plaise aussi!

Il convient que le bougre
ait une bonne poire,
sinon, me ravisant, je détale à grands pas,
car je suis difficile
et me refuse à boire
dans le verre d'un monsieur qui ne me revient pas.

Ils sont loins mes débuts
où, manquant de pratique,
sur des femmes de flics je mis mon dévolu.
Je n'étais pas encore
ouvert à l'esthétique,
cette faute de goût je ne la commets plus.

Oui, je suis tatillon,
pointilleux, mais j'estime
que le mari doit être un gentleman complet,
car on finit tous deux
par devenir intimes
à force, à force de se passer le relais.

Mais si l'on tombe, hélas!
sur des maris infâmes…
Certains sont si courtois, si bons si chaleureux,
que, même après avoir
cessé d'aimer leur femme,
on fait encor semblant uniquement pour eux.

C'est mon cas ces temps-ci,
je suis triste, malade,
Quand je dois faire honneur à certaine pécore,
Mais, son mari et moi,
c'est Oreste et Pylade,
Et, pour garder l'ami, je la cajole encore.

Non contente de me
déplaire, elle me trompe,
et les jours où, furieux, voulant tout mettre à bas,
je crie : "La coupe est pleine,
il est temps que je rompe!"
le mari me supplie : "Non, ne me quittez pas!"

Et je reste, et, tous deux,
ensemble on se flagorne.
Moi, je lui dis : "C'est vous mon cocu préféré."
Il me réplique alors :
"Entre toutes mes cornes,
celles que je vous dois, mon cher, me sont sacrées."

Et je reste et, parfois,
lorsque cette pimbêche
s'attarde en compagnie de son nouvel amant,
que la nurse est sortie,
le mari à la pêche,
c'est moi, pauvre de moi, qui garde les enfants.


viernes, 6 de noviembre de 2009

Desde la catástrofe inminente


Javier Krahe - Antípodas

Manifiestos, artículos, comentarios, discursos.
Humaredas prendidas, neblinas estampadas.
Qué dolor de papeles que ha de barrer el viento,
qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua...

Quieres coger una hoja de papel sobre la mesa ¿qué es lo primero que buscan tus dedos? El borde de la hoja. Su final. Para manejar la hoja empiezas desde lo que no es la hoja, desde donde ya no hay hoja.

La hoja se deja asir, mansa, porque sabe que hay un lugar, el lugar donde ella acaba, el lugar en que ella ya no está, desde el que quien manda eres tú. Está la hoja atemorizada por su propio contorno, controlada por su finitud, disminuida por la consciencia de sus límites, sometida a quien sepa encontrarlos y esgrimirlos. Vive constreñida por la inmediatez de su final; y así la agarramos, tan ricamente, y hacemos de ella lo que nos place. Escritos, instancias, diplomas o gurruños para la papelera.

Como a una hoja cualquiera, se nos maneja desde nuestros límites. Porque sabemos que tenemos un final somos dóciles a quien lo ase y lo usa. Como la hoja, nos hemos acostumbrado y ya no sabríamos ser sin esa inminencia permanente de dejar de ser. Ni sabríamos qué hacer si no nos lo impusieran desde el final, desde fuera. Desde el Borde que da la precisa forma de la hoja. Desde la Catástrofe que da el exacto tamaño de nuestra vida.

Qué sería de nuestra vida sin la Catástrofe. Qué sin el Milenio, sin la Peste, sin el Apocalipsis. Qué sin el Bárbaro que amenaza, sin el Enemigo que acecha, sin el Colapso que Todos Los Signos Ya Anuncian.

Sin la Conjura Masónica, sin la Horda Roja, sin la Amenaza Nuclear, sin el Peligro Amarillo, sin el Nihilismo Materialista, sin el Terrorismo Islámico.

Sin el Calentamiento Global. Sin el Cambio Climático. Sin la Gripe A.


Sin el Miedo. Y sin la Culpa.