viernes, 10 de octubre de 2014

LÓGICA DEL SEGURO


Uncle Ho (Pete Seeger) - Versión para piano de Júbilo Matinal

Hace una semana se rompió uno de los cristales de la puerta de nuestro dormitorio, que es una de esas antiguas con cuatro paneles de vidrio opaco con bultitos. La intimidad de la alcoba conyugal es sagrada, por lo que urgía reponerlo. Y es la puerta que más se ve del vestíbulo según entras en casa, por lo que, además, era importante que el cristal fuera igual que los otros tres, para que no hiciera feo.
Dimos parte al seguro y vino el cristalero, a medir y ver cómo era el cristal. Nos advirtió que era un cristal muy antiguo e iba a ser difícil encontrar uno igual, por lo que probablemente tendría que cambiarnos los cuatro. Nos pareció muy bien. Volvió al cabo de un par de días con un panel de vidrio que no tenía nada que ver con los otros tres. Le dijimos que no lo pusiera, porque queríamos los cuatro iguales. Nos dijo que el seguro no le dejaba reponer más que el roto. Así que se fue con su cristal, en espera de nuevas instrucciones, nuestras y del seguro. 

M llamó al seguro y le confirmaron que, efectivamente, solo nos podían pagar el cristal roto. La póliza, le explicaron, no cubre daños estéticos de cristales. De otras cosas, sí: si una baldosa del suelo se rompe, por ejemplo, y ya no quedan de las originales, reponen toda la habitación para que no se note la diferencia. Pero de cristales, no. Que el cristal nuevo haga o no pandán (esta es una expresión de mi infancia remota, que no he oído nunca a nadie más que a mi madre, y que me encanta) con los otros tres, le da igual.  

M preguntó entonces si el seguro repondría los otros tres cristales en el triste caso de que también se rompieran. "Naturalmente", le contestaron. "Pues es que me parece francamente probable que se rompan en un futuro inmediato, porque no sabe usted lo vieja que está la puerta y las corrientes de aire que hay en mi casa." ¿No le saldría más barato al seguro aprovechar un único viaje del cristalero para cambiar los cuatro, en vez de tener que hacer hasta cuatro visitas distintas si los otros tres cristales se iban rompiendo como, insistió M, estaba ella casi segura de que iba a suceder inminentemente? No, no podía ser. El seguro solo repone los cristales que se rompen, no los que padecen de inadaptación estética sobrevenida. 

Vale, pues. El que avisa no es traidor. 

Volvió a llamar el cristalero, a ver si ya teníamos instrucciones nuevas, y, como sí las teníamos, se las dimos. Le dijimos que buscara cuatro paneles iguales, porque los otros tres se habían roto también. "Enseguida le vamos a dar el nuevo parte al seguro, usted no se preocupe y vaya preparando los cristales". El cristalero encajó la noticia con impavidez notable e incluso dio muestras de cierta satisfacción; es probable que, codicioso como suelen ser los de su gremio, prefiriera cobrar cuatro cristales a cobrar solo uno.

La señorita que atiende el teléfono del seguro, en cambio, no se mostró tan complacida. "¿Se han roto? ¿Y cómo ha sido?" preguntó, un poco consternada. "Pues ya ve usted" –contestó M, con una sangre fría admirable y todo su natural encanto,– "esas cosas que pasan en las casas. Una ventana abierta, un portazo, y allá que fueron todos". No debió de quedar muy convencida pero se aguantó, qué iba a hacer, la pobre. 

Esta tarde, después de comer, pegaré papel engomado en los tres cristales aún intactos y me liaré a martillazos con ellos, si no tienen ustedes un método mejor que aconsejarme. Tengo que darme prisa, porque acabo de hablar con el cristalero y he quedado con él a partir de las cinco. Ya es que ni la siesta le dejan a uno dormir tranquilo.